UN CUENTO DE PUEBLO

Su nacimiento fue sencillo. Casi como una casualidad, algo tan insignificante como un perro intentando ocultar un hueso.
En completa soledad, minúsculo primero, no sin dificultades aprendió de todo cuanto se puso en su camino. Comprendió, al crecer en entendimiento, que ese camino era suyo y de los diez mil seres del universo. Estaba convencido de que existía una conexión entre todos ellos.
Le consolaba mucho esta creencia, sobre todo en las horas inmóviles donde el sol lo cubría de polvo. Como un monje mediando, se mantenía firme bajo las lluvias, sintiéndose crecer más y más.
En su automóvil, Lembort pegó un brusco salto que lo hizo desviarse a la banquina. Pero sólo fue un susto. Se recordó que al día siguiente, sin falta, iría a las oficina municipal a quejarse. Aquello no podía ser así. Alguien tenía que arreglar ese bache.