La noche en calma fue sacudida por una sombra fugaz
que atravesó el estadio vacío en dirección a la ciudad. Ferri, apresuradamente
tomó la misma dirección, agitado y nervioso. Estaba por abandonar la cancha
cuando se detuvo en seco, haciendo uso de sus seis sentidos extremadamente
agudos. Olfateó el aire, paró sus orejas y clavó sus ojos en la figura oscura y
desnuda que intentaba vanamente ocultarse tras uno de los arcos de fútbol. Ferri
no pudo contener una sonrisa, insonora, que revelaba todos sus dientes. La
figura se movía apenas, pero él sabía que se encontraba allí. Se fue acercando
lentamente, confiado en lo que decía el manual de cacería, si te mueves lento
en la oscuridad la presa no puede verte. La presa, sin embargo, fue la
excepción a ésta regla. Ferri vio como la figura huía y se refugiaba en la
tribuna. Haciendo acopio de todos sus músculos siguió el rastro, iluminado por
la luz de la luna. Jamás había imaginado que los seres humanos fuesen tan
veloces.
La figura se escondió detrás de una butaca, allí en la
tribuna. Ferri, confiando en el entrenamiento que había recibido, se acercó con
suma velocidad y, de un salto impresionante, se depositó justo detrás de su
presa. Para su sorpresa, la figura estaba armada. Llevaba un afilado machete
que no dudó en incrustar entre las costillas de Ferri. Un aullido menos de
dolor que de sorpresa llenó el estadio.
Ferri retrocedió unos pasos y se quitó el machete
cubierto de sangre de encima. Lanzó otro aullido, esta vez de furia y corrió
tras la figura una vez más. Las presas querían defenderse de algo imposible,
Ferri disfrutaba con el combate y el clásico juego del gato y el ratón y aunque
la herida comenzó a latirle casi de inmediato no le prestó mayor atención.
La presa había descendido a la cancha nuevamente. Un
montículo de tierra lo hizo tropezar y cayó inevitablemente. Ferri volvió a
esbozar su sonrisa, corriendo hacia el caído, y sin perder más tiempo se
abalanzó sobre él. Volvió a emitir un aullido, esta vez de victoria, y mientras
los ojos aterrados del hombre parecían suplicarle piedad en un idioma que no
comprendía pero despreciaba, Ferri clavó sus colmillos en el cuello de su
presa. Con violencia, con odio, mordió y estrujó la carne entre sus dientes
hasta que la cabeza quedó separada del cuerpo.
Ferri tomó la cabeza de su víctima y la alzó al cielo
mientras veía acercarse a sus compañeros cazadores quienes lo aplaudían
alegremente a la vez que lanzaban aullidos a la noche.
— ¡Una bestia menos que se convertirá en la próxima
luna nueva!— Gritó Ferri, y cayó al suelo, donde comenzó a sufrir convulsiones
espasmódicas a la vez que un aire gélido penetraba sus entrañas.
Sus compañeros se apresuraron para socorrerlo, pero ya
era tarde, Ferri permanecía inmóvil al lado del salvaje ser humano decapitado.
El jefe de los cazadores mandó a levantar el cuerpo de Ferri, intrigado por la
causa de muerte de aquel noble guerrero. Observó que sólo tenía una herida, no
muy profunda, en su costillar. Acercó una de sus garras, tocó la sangre,
inspeccionó la abertura. La herida estaba engangrenada y la infección parecía
haber tardado unos pocos segundos. No comprendía cómo eso podía ser posible.
Un joven cazador se acercó velozmente al jefe. —Encontré
esto— dijo y le entregó el machete con que Ferri había sido herido. El jefe,
con una mueca de profundo espanto, lo dejó caer al instante.
— ¿Qué ocurre? —preguntaron algunos asombrados por ver
la reacción de quien consideraban el más valiente entre ellos.
—Es plata —dijo el jefe—. ¡La hoja es de plata!
Uno de los cazadores más adultos observó el arma
seriamente, sin atreverse a tocarla. Comprendió al instante lo que el jefe
estaba pensando.
—Están aprendiendo—. Dijo el cazador.