Así que todo iba a salir bien. El objeto muerto en el piso, el objeto de su devoción desparramado en mil partes.
-Polvo eres… - Murmuró a su alrededor. Rastros de vidrio en el piso y allá abajo, tras su ventana impecable, el tren que partía al sur, a González Catán.
Pero cuando todo eso le perteneciese, le cambiaría el nombre. Utilizaría el tuyo y todas las variantes disponibles en su imaginación: Pueblo Juan, Calle Juan, San Juan, Don Juan Domingo…
Sonríe mostrando los dientes y se frota las manos. ¿Habría sido gracias a su nombre, tan similar a un predecesor suyo, tan admirado por sus padres?
Quizás.
Se había esforzado mucho aquel último tiempo, imitando la postura de ese ídolo de masas. Frente al espejo parecía un vivo retrato del General. Se alisa el traje frente al espejo, una vez más practica la sonrisa. Amplia, franca. Idéntico. Nada mal para el primer y único clon de la industria nacional.
Ahora sólo le faltaba destituir aquella pseudo-democracia con la ayuda de sus subordinados. El pueblo estaría de su lado. El pueblo lo apoyaría en todo.
Sale de la habitación, sin fijarse en el piso, sus pasos crujen sobre los trozos de vidrio. Las manos que compraron a los saqueadores de tumbas, las manos de aquel que sacrificó su virilidad para crearlo, era un vago recuerdo que ya no le despertaba sentimiento alguno.
Quizás nunca los había tenido.
Abandona el cuarto y la luz del sol continúa iluminando el edificio del Partido Justicialista. Es mil novecientos noventa y nueve.