Deprisa, atravieso el plano de
los sueños. Inmóvil y disfrutando de la sinestesia onírica, encuentro al
Emperador. Le suplico ayuda. Van a matarme. Los astros me han dicho el nombre
del asesino. El Emperador me escucha y jura protegerme. Luego desaparece.
La ansiedad y la angustia me
carcomen. Vago sin prisa por el plano de los sueños, volando alto para evitar
el contacto con los humanos en su desvarío. Ocupan campos oscuros,
innumerables, extendiéndose al horizonte con el fulgor blanco que los
caracteriza: su ánima. Cuando en su mundo duermen, se materializan en nubes de
humo. A la distancia es un bello espectáculo de luces y formas.
Cansado, me detengo en el claro
de una pétrea colina. Exhausto, busco donde dormir. De las entrañas de la tierra,
algo de humo comienza a emerger. Y antes que pueda darme cuenta, un hombre se
halla delante de mí. Lo reconozco al instante y pronuncio su nombre. Lleva un
traje samurai y un hacha. Sueña que es un cazador de dragones. Nadie se encarga
de despertarlo. No tengo tiempo de escapar.