ARRÚA, Tito. El cultito. 2014. Artexto Editorial.
Durante mi vida he conocido diversas iglesias evangélicas, de muchos tipos, con diversas clases de personas, algunas buscando identidad y misticismo y otros más compenetrados en su fe y preceptos. Pero ninguna de mis experiencias me remite al ambiente de marginalidad que presenta Tito Arrúa en las páginas que componen su obra El cultito.
En esta breve novela el autor evoca un episodio iniciático, de infancia, donde en compañía de una abuela paraguaya hasta Villa Tranquila, pasa dos días memorables en casa de una tía. Pero el motivo de la visita de su abuela es asistir al culto que celebraba el pastor Talavera, otro inmigrante paraguayo, cabeza de una congregación pentecostal, y cuya presencia es admirada por muchos fieles e incluso temida por personajes como Miguel Ángel, primo del protagonista y asaltante de ocasión. Se presentan situaciones crudas, marginales, pero atenuadas por la visión inocente del protagonista, la cual se va quebrando poco a poco a medida que se vuelve testigo de la vida en la villa así como de los personajes allí presentes, en especial el pastor Talavera.
El estilo de Arrúa es sencillo, directo, pero no deja de lado el aspecto sensorial a través del compendio de olores que atraviesan su viaje por medio de descripciones específicas que podemos identificar en el mundo real. Sus personajes están estructurados de modo similar, verosímiles y fácilmente identificables por sus características, se hallan compuestos principalmente por el núcleo familiar.
El uso de la primera persona establece de modo efectivo el contrato del verosímil entre autor-lector, lo que da mayor trascendencia a las experiencias sensoriales y subjetivas del protagonista, y, por lo tanto, mayor solidez al historia. Podría leerse también como testimonio, y creo que esa es la intención del autor. No con fines moralizadores ni de mero entretenimiento, sino para dejar constancia de una realidad de la cual no siempre nos percatamos: en este caso, la vida en las villas miseria a mediados de los ochenta y el ambiente de los inmigrantes de ese tiempo compuesto por los habitantes de países limítrofes, en especial Bolivia y Paraguay.
El pastor Talavera merece un análisis aparte, dado que él es quien encabeza el núcleo principal que da título a la obra. De nacionalidad paraguaya, se trata de un personaje que se aprovecha de la ignorancia de la gente a través de la fe, quitándoles dinero, comida y servicios. No sabemos nunca si realmente es pastor, pero actúa como uno ante personas crédulas que, por diversos motivos, terminan sumisos ante su presencia. El protagonista lo ve de lejos, sólo hay temor y no interactúan sino hasta el final de la obra, donde todo ese negativismo que caracteriza inicialmente al personaje se manifiesta abiertamente para él.
Pero, como he dicho antes, la subjetividad juega un papel importante en esta obra y, desde luego, sobre el modo en que el protagonista entiende el mundo que lo rodea. Después de todo, no olvidemos que tiene ocho años.
Vale la pena su lectura, es una novela breve que incluso podría ser leída en ámbitos de escuelas secundarias entrecruzándola con propuestas didácticas. Ya de por sí el título bien puede leerse de dos maneras. "El cultito" llama Arrúa a su obra, así, con diminutivo. ¿Es acaso a través de un diminutivo que busca mostrarse despectivo ante una congregación de inmigrantes? ¿O quizás ese diminutivo remite a otra cosa, quizás a la edad del protagonista y su contexto originario? Porque el protagonista de la obra, no lo olvidemos, ha venido en compañía de su abuela, como un turista, a explorar la realidad de vidas humildes; con conocimientos del exterior y una vida más hogareña, más de clase media, con necesidades básicas satisfechas por el sacrificio de sus padres así como la escolaridad impuesta por el estado, factores que determinan el hecho de que él no pertenezca a la comunidad que va a visitar. Y, de ser así, ¿no podríamos pensar que “el cultito” alude en realidad a ese niño con una carga cultural diferente quien no es otro que el protagonista?
Una relectura bien podría aclarar estas dudas y profundizar en otros matices que la prosa vuelve cercanos y sencillos pero que, desde luego, no lo son.