Una vez, un cazador perezoso observó con envidia cómo un guepardo hembra cazaba una gacela con la velocidad de una flecha. La observó arrastrar su presa hasta un lugar en los arbustos donde aguardaban sus cachorros.
Y, mientras observaba oculto, fraguó un maligno plan.
Tan pronto la madre salió a cazar al día siguiente, capturó a ambas crías de su escondite y se perdió de inmediato en la maleza. Los entrenaría para que cazaran por él.
Cuando la madre volvió y notó que sus cachorros no estaban, comenzó a llorar. Lloró toda aquella noche y todo el día siguiente. Lloró tanto que sus lágrimas formaron manchones oscuros que bajaban por sus mejillas.
Un viejo cazador que pasaba la oyó. Cuando entendió la razón de su pena, buscó a los ancianos de su aldea y, juntos, organizaron una búsqueda por los cachorros.
Finalmente, los cachorros volvieron y el joven cazador fue expulsado de la aldea. Pero aquellas manchas oscuras producidas por las lágrimas, permanecieron en el rostro del guepardo; para que los cazadores las vean siempre y recuerden que los hombres sólo deben cazar en el modo honorable en que lo hace su tribu.
(Leyenda folklórica zulú)