RIESGOS DE LA MNEMOTECNIA



Estando a punto de dar el último final de Lengua y Cultura Latina, Kitano y yo nos devanábamos los sesos intentando memorizar declinaciones y conjugaciones, tratando de distinguir entre el modo dativo y ablativo, y entrechocándonos en el pasaje de voz pasiva a voz activa.  Un verdadero espanto. Apuntes, fotocopias, y hojas con ejercicios gramaticales se amontonaban sobre nuestros ejemplares de La Eneida, Las Geórgicas y las Bucólicas. En especial, teníamos dificultades con las declinaciones. En una cartulina anotamos las terminaciones de sustantivos, adjetivos y verbos. Cuando llegamos a las desinencias personales en voz pasiva nos detuvimos en esa última parte. Leímos el resultado en voz alta. Varias veces. Sonaba ridículo y reíamos pero repetimos la terminación cosa de que nos quede bien grabada. Tenía melodía, quedaba grabada en la memoria. Al final, Kitano lo repetía con la melodía de un tema de Calamaro. Golpearon a la puerta y lo escuchaba repitiendo en voz baja.
Abrió la puerta y pude ver del otro lado a un viejo desnudo, de pie en medio de la calle. No se entendía una palabra de lo que decía pero tenía un olor insoportable a alcohol que podía oler desde la sala. El viejo se dejó caer encima de mi amigo, quien, sorprendido, se hizo a un lado. Pero el viejo no cayó al suelo, sino que dio unos tumbos en el aire y descendió plácidamente sobre el sofá de la entrada.
-Grati estote. –dijo el viejo con una sonrisa. Desnudo, en el sofá de mi amigo. Un verdadero espanto. Me miró y yo solamente pensé en llamar a la policía. Kitano lo increpó, furioso, lo tomó del brazo para sacarlo a la calle. Diciendo:
-¡Señor! ¡Usted no puede estar acá!
Pero el viejo ni se movía. Parecía pesado como una roca. Kitano resoplaba y vi sus venas hincharse pero el viejo sólo sonreía y permanecía allí, estático. Cuando Kitano se detuvo, exhausto, exhaló una estruendosa flatulencia. Los vidrios de la ventana estallaron y comenzamos a vomitar descontroladamente, Invadidos por un mareo y una pestilencia nauseabunda que se impregnó en nuestras gargantas y fosas nasales caímos de rodillas, descompuestos. Arrastrándome conseguí llegar a la vereda, donde intenté recuperar el aire. Miré hacia el interior, mi amigo estaba en el suelo, parecía haber perdido el conocimiento. Los vecinos habían salido a la calle y miraban toda la escena. Me había manchado con mis propios fluidos, las ventanas delanteras estaban hechas añicos sobre la vereda y se veía perfectamente al viejo desnudo sentado en el sofá. No sabía qué pensar. Tomé una bocanada de aire y, cubriéndome la boca y la nariz con un trozo de manga que había conseguido pasar impoluta, me interné en el departamento destrozado. Llegué hasta donde estaba Kitano. Intenté levantarlo pero se me resbalaba. Estaba cubierto de sus propios fluidos estomacales. Conseguí sacarlo arrastrándolo de una pierna. El viejo miraba y reía. No sé de dónde había sacado una flauta y comenzó a tocar. Entonces pensé que habíamos hecho un descubrimiento sorprendente.
Pero no fue así. En la vereda, vehículos policiales escoltaban una camioneta rotulada únicamente como Unidad de transporte especial. De allí bajaron hombres con redes y porras eléctricas. Desde la vereda pudimos escuchar cinco descargas y el viejo aún carcajeaba. Luego se oyó una ráfaga incontable de descargas hasta que la voz del viejo no se escuchó más. Lo sacaron dentro de una red, como a un animal exótico.
Con la misma velocidad que aparecieron quedamos nuevamente, mi amigo y yo, en la vereda de su departamento con los vidrios destrozados y la pestilencia dentro. ¿Qué iba a pasar ahora? Nadie nos dijo nada. No sabíamos que hacer. Vaciamos la lavandina, el desodorante para pisos y el detergente pero el olor persistía. Al menos, no faltaba que corriese viento, le dije a modo de broma, pero G. no estaba para chistes. Desde luego que no, no había medido la gravedad del asunto. Alguien tenía que reponer las ventanas y no esperábamos que el viejo volviese a poner el dinero por la molestia. Tapiamos las ventanas y lo invité  pasar la noche en casa hasta que se limpiara el aire del departamento. Esa noche, revisado noticias en su celular, me mostró una nota acerca del viejo de la tarde. Había fotos de su casa y se hablaba de un incidente ocurrido por una explosión de gas. Se culpaba a un agresor con problemas psiquiátricos que habría irrumpido en un domicilio al azar.
- ¡Qué hijos de puta! ¡Y no ponen el nombre! –Dijo Kitano –Así al menos sabría a quién reclamarle.
Pero seguíamos sin saber nada y a mi se me ocurrió que lo mínimo que podría saber en aquel día espantoso eran las desinencias verbales de la voz pasiva. Así que comencé una vez más con el ejercicio mnemotécnico. Repitiendo el sonido de las desinencias hasta acabar en cierta musicalidad que se me antojó un mantra. Kitano ya se había quedado dormido, con los auriculares puestos y escuchando The Cure. Pero yo aún no me dormía y un golpe en la puerta principal me sumió en el silencio. Ahora, algunas tradiciones sostiene la existencia de tres silenos, padres de los sátiros, deidades todas estas caóticas y viciosas. Me acerqué hasta la ventana. Un viejo desnudo color verde esperaba frente a la puerta de entrada. Esta vez solamente llamé a la policía y esperé a ver cómo se lo llevaban.  La misma camioneta blanca, sin inscripciones. Lo desconocido me inquietaba pero necesitaba indagar más. Repetí el experimento y una vez más oí golpes en la puerta de entrada. Otro viejo desnudo aguardaba allí, de color púrpura. ¡Cuánta coincidencia! Llegado a ese punto se me ocurrió que al repetir las desinencias se generaba una especie de mantra o conjuro mágico que invocaba a estas deidades de la mitología antigua. ¿Puede ocurrir eso? Desde luego que no, pero cuando sucede lo irracional sólo lo inverosímil puede plantear una respuesta posible. Y si realmente aquel viejo que aguardaba tras la puerta era un sileno, bien podría ser el último, porque las antiguas tradiciones sólo contaban tres. De ser el último de su especie, ¿sería justo entregarlo?

Pienso que no hace tan mal al jardín y mantiene alejados a los vecinos. Si pudiese capturarlo quizás podría conservarlo en mejores condiciones. Pero claro que no tengo ni la fuerza ni el valor. Llevamos tres días atrincherados en casa. Todavía tenemos la heladera llena. El viejo desnudo está ahí afuera. Me pregunto cuánto tiempo pasará hasta que algún vecino llame a la policía.